LOS CONDUMIOS DE DON EXEQUIEL
LOS CONDUMIOS DE DON EXEQUIEL
COMIDA Y SEDUCCIÓN PUERTORRIQUEÑA EN INACAP APOQUINDO
Y ahí estaba yo. Este viejo sibarita miraba embelesado a una belleza costarricense que había venido a Chile a la semana del país tico. De repente nuestras miradas se cruzaron y yo quedé prendido de ella. No sabía quien era, ni cómo se llamaba, prácticamente perdí el apetito (aunque eso es sólo un decir) al mirarla. Nos sentamos en mesas diferentes y cada cierto tiempo daba vueltas para contemplarla de soslayo, En una ocasión la descubrí posando sus ojos en mi y este arcaico ya retirado de los cuarteles del amor pensó que había química entre ambos, aunque la triste (y Santa) realidad me hizo entender que todo era una fantasía. Por lo tanto me concentré en la invitación: los condumios costarricenses. Los datos que tenía eran pocos. Los siempre afortunados cronistas gastronómicos habían sido invitados a una clase demostrativa y posterior cena con las máximas autoridades de ese país en Chile (léase embajador y cónsul) por lo tanto las invitaciones eran muy selectivas. Pero igualmente ahí estaba este gastado hedonista. De chaqueta, corbata y con un albo mandil de Inacap, esperando con algunos conocidos y otros desconocidos que se iniciara la “clase demostrativa” que daría Oscar Castro (no el escritor) sino el chef costarricense que mandaron a Chile para participar en la semana de ese país centroamericano en Santiago. La clase, que tenía como sollastres al chef Carlos Carmona y una docena de alumnos de la carrera de gastronomía de esa academia, partió con una demostración de la típica cocina de ese caribeño país. Los que pensaron que veríamos emperifollamientos culinarios erraron, ya que la gracia era conocer lo típico, donde las principales materias primas son los porotos, la leche de coco y el puerco. Este carcamal se va a saltar la clase demostrativa para pasar directamente al condumiaje, ya que los aromas a nuevas especias y nuevos colores me estrujaban las achuras, por lo tanto apuré el tranco para ir “a lo que vine”. Sentado en una mesa con connotadas criticas gastronómicas, debimos soportar una larga presentación de café costarricense, quizá por ser el principal “sponsor” de la cena. Pero la hora pasaba y ni siquiera el aperitivo llegaba, pero al igual que el dicho “no hay mal que dure cien años”, los mozos y mozas de la ocasión, todos alumnos de gastronomía, comenzaron a servir el aperitivo, un Guaro Sour, elaborado con un licor parecido al ron, de muy baja graduación alcohólica con limón y azúcar… ahí comencé a pensar que la cena sería más entretenida de lo que yo imaginaba. Mis fauces pedían a esas alturas con ansias algo sólido cuando apareció una sopa de camarones y corvina que ellos le llaman Puerto Viejo. Inusitadamente buena a pesar de que a este vetusto la leche de coco no esta entre sus ingredientes favoritos. Sin embargo me gustó y pedí la receta para que alguna de mis nueras la elabore cuando me inviten a sus casas y cambien la típica empanada dominguera por este sustento, fácil de hacer (creo yo) y muy sabroso. De fondo, el plato tradicional del caribe: porotos negros con arroz. En Cuba lo llaman moros y cristianos y en Costa Rica, gallo pinto. Éste, acompañado de un pollo a la tica, chicharrones (de pulpa de puerco) y una sabrosa y fresca ensalada de palmitos, servia de alimento para esta alma enamoradiza mientras escuchaba a un trío de músicos de ese país caribeño cantar boleros y melodías, algunos tristes y los más, alegres, mientras entre sorbo y sorbo, miraba de reojo a la linda tica, esperando con anhelo que ella hiciera lo mismo.
“Reloj no marques las horas
porque voy a enloquecer
ella se ira para siempre
cuando amanezca otra vez”
“Detén el tiempo en tus manos
Haz de esta noche perpetua
para que nunca se vaya de mi
para que nunca amanezca”
El postre, obvio, de café. Una versión cafetera del postre de tres leches, muy sabroso y gustativo, que sirvió, junto a un café Express, comenzar a cerrar una noche de comida típica y de una alucinante quimera. “De la caña se hace el guaro” fue la festiva canción que todos entonaron cuando terminaba la cena, momento en que los comensales se pusieron de pié para visitar y saludar mesas vecinas. Yo encaminé mis adoloridas piernas al lugar donde estaba mi musa y me la presentaron como la directora del Museo de Arte Contemporáneo Costarricense. Tras un tierno beso en mi mejilla ella me dice con voz caribeña y sensual… ¿sabes que te miraba y miraba ya que eres muy parecido a mi papitico?... Me llamo Gabriela Sáenz y ustedes son muy similares. El también tiene canas, el pelo ensortijado igual que el tuyo y la barba también… ha sido un placer conocerte… ¿Cómo dijiste que te llamabas? Gracias y buenas noches ya que mañana viajo de amanecida… Ahi quede yo, sólo y meditando que si mi madre me hubiese parido treinta años después, habría dejado todo botado y volaría a San José de Costa Rica sólo para verla otra vez. Pero nací treinta años antes y soy abuelo de varios nietos, por lo tanto continuaré en este chilito comentándoles semanalmente lo que come este tragaldabas, condumios que obviamente no son alucinaciones de este viejo sibarita, que les promete nunca más tirarse a lacho. (Exequiel Quintanilla)
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